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Hace unos años, las empresas realizaban su actividad en un entorno relativamente estable, los trabajadores se ocupaban en tareas repetitivas y los clientes constituían un grupo homogéneo que requería productos o servicios muy específicos.

Para comprender esto trasladémonos al siglo XVIII, durante el período de la revolución industrial. El sistema de trabajo se basaba en la cadena de montaje, método que asigna a cada trabajador una función concreta y especializada, ideado con el objetivo de producir más en menos tiempo. Entonces la especialización y división del trabajo era el medio para ofrecer un producto en un mercado bien definido. No cabe duda de que en la actualidad, la realidad de las empresas y organizaciones es bien distinta.

Hoy en día, los mercados están ampliamente globalizados y las necesidades de los clientes han cambiado. Ya no se demandan productos aislados, sino más bien un conjunto de servicios integrados para hacer frente a los complejos problemas que tienen afrontar las empresas cada día. Hoy por hoy, las organizaciones tienen que mantener una ventaja competitiva en un entorno altamente inestable y en constante cambio y evolución. Es por ello que la flexibilidad, adaptabilidad e innovación son factores cada vez más imprescindibles en el ámbito empresarial.

 

Las nuevas tecnologías, por su parte, han dado un giro enorme a los procedimientos de trabajo. La tecnificación de puestos, la posibilidad de trabajar a distancia, la comunicación sin barreras desde todas las partes del mundo, el uso de aplicaciones informáticas, etc., han constituido uno de los mayores hitos de nuestra era. La necesidad de adaptarse a tecnologías en constante desarrollo y perfeccionamiento constituye un reto diario en la actualidad.

Por todo esto, se hace cada vez más preciso redefinir los métodos convencionales de trabajo en aras de adaptarse a las nuevas circunstancias. Es por esta razón que el trabajo a través de proyectos constituye una solución fiable para las empresas, pero ello repercute también en la necesidad manifiesta de nuevas competencias y habilidades en profesionales cada día más completos.

La gestión de proyectos puede contribuir a nuestra formación y perfeccionamiento como profesionales altamente competentes. En primer lugar, las habilidades personales que desarrollamos mediante las tareas de gestión nos permiten adecuarnos de manera más fina y viable a las necesidades de nuestros clientes, es decir, podremos ofrecer soluciones reales a problemas complejos.

 

En segundo lugar, los métodos de gestión favorecen la fluidez y armonía de todo el proceso, haciéndolo menos estresante y exigente y permitiéndonos participar en mayor medida en otras actividades más gratificantes. Por último, debemos tener en cuenta, que la capacidad de gestionar proyectos es una de las más positivamente valoradas por los responsables de recursos humanos en cualquier sector.

A modo de conclusión podemos afirmar que la gestión eficaz de proyectos requiere ciertas habilidades, competencias y conocimientos, pero es a medida que se desarrollan estos aspectos fundamentales, cuando el gestor, a través de la práctica, se va definiendo como un profesional actualizado, flexible y competente.

 

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